Cómo hablar con tu jefe/a sin miedo
Rescatamos la famosa frase de “todo se puede hablar” para empezar explicando por qué podemos —y debemos— hablar con nuestro jefe o jefa de todo aquello que nos preocupa. Si bien es cierto que los superiores, en general, imponen cierto respeto, es preferible afrontar la situación y aprender a relajarnos. Y aunque existan tantos tipos de jefes como personas, siempre hay una forma de acercarnos a ellos y crear un clima favorable. La clave es esperar, esperar y esperar hasta encontrar el momento perfecto porque recordemos que todo el mundo puede tener un mal día. La paciencia, una vez más, se revela como la madre de las ciencias.
Según un informe de Adecco, el 75% de los profesionales padece glosofobia o miedo a hablar en público. No sorprende a estas alturas que este tipo de fobia salga a la luz también dentro de una empresa. Sobre todo si tenemos en cuenta que las organizaciones jerárquicas son todavía predominantes. Sin embargo, hay varios trucos que nos pueden ayudar a sobrellevar esos momentos. Los dos más comunes son:
Prestar atención a lo que uno dice y, sobre todo, a cómo lo dice
Antes de dirigirnos al lugar en el que queremos mantener una conversación con nuestro superior y solicitar una reunión. podemos hacernos un esquema (aunque sea mental) de los temas que queremos tratar, al igual que preparar posibles preguntas que nos puedan hacer. Eso sí, hay que ser claro y conciso. Una vez acabemos de exponer nuestro discurso, es importante escuchar y mostrar interés, respetando los turnos de palabra. Y, como ya hemos dicho, es tan importante el qué como el cómo. Incluso el cómo puede ser aún más relevante en este caso. Por eso, debemos tener muy claro el tono que vamos a usar y el lenguaje no verbal en que nos vamos a apoyar. Para ello, los especialistas recomiendan fijarnos en:
- La mirada. A través de la mirada se pueden conocer muchos detalles de otra persona. Por ejemplo, si mantenemos la mirada, estaremos dando la sensación de que nos interesa la conversación.
- La postura. Sobre todo, hay que huir de las posturas cerradas y brazos cruzados. Lo ideal sería una postura erguida y con los pies ligeramente separados.
- La sonrisa. ¡Cuidado con esto! Una sonrisa honesta es mucho más que alargar los labios. Y no queremos que nos pillen con una sonrisa falsa. Puedes ponerte frente al espejo para practicar.
- Los silencios. Crear pausas para dinamizar una conversación es tan importante como gestionar nuestras palabras. Los silencios son poder, seguridad, dan juego.
- Los gestos. Pueden indicar señales positivas o negativas, tales como interés o rechazo. Aquí lo que hay que evitar es mandar mensajes contradictorios: es decir que, si estamos mostrando gratitud con las palabras, no podemos acompañarlo de un resoplido.
- La voz. Utilizar cambios de entonación, llevar un buen ritmo y evitar muletillas son los tres aspectos a tener en cuenta. Para ello, leer o decir en voz alta lo que tenemos en mente, usando picos de entonación y respirando profundamente, es muy útil.
Tu actitud importa
Cualquier persona desea sentirse valorada por su jefe, y ser negativo no servirá de nada. Para conseguir nuestro objetivo tendremos que guardar las formas, ya que no hay que olvidar que nuestro jefe está por encima nuestro y eso, como mínimo, merece un respeto. También hay que mantener la calma y evitar titubear o hacer movimientos nerviosos. Y, aunque parezca contradictorio, mostrar seguridad contribuirá a no tener complejos ni ataduras y nos dará la libertad de hablar cualquier tema sobre el que queramos debatir. En realidad, para comunicarte con tu jefe basta con ser naturales, sin intentar parecer algo que no somos —porque eso no suele tener buen resultado— y ser conscientes del valor que aportamos como capital humano.