La grave amenaza del Ecocidio 

La grave amenaza del ecocidio

Es un hecho que la evolución de nuestra especie ha llegado a convertirse en una grave amenaza para el medioambiente. Vivir de la manera en que lo hacemos ha provocado daños en la naturaleza que son ya irreparables, fruto de la preocupación por esta situación surge el concepto de ecocidio, un término con el que quizá no estamos familiarizados, pero que recoge buena parte de los desastres medioambientales que estamos sufriendo. 

Qué es el ecocidio 

Según la plataforma Stop Ecocidio, este término alude a “cualquier acto ilícito o arbitrario perpetrado a sabiendas de que existe una probabilidad sustancial de que cause daños graves que sean extensos o duraderos al medioambiente”. Es decir, hablamos del daño masivo y la destrucción de los ecosistemas, que además tiende a realizarse de forma generalizada o a largo plazo. 

Se trata de un concepto acuñado en los años 70 del pasado siglo, cuando el biólogo estadounidense Arthur Galston, denunció los daños que causaron las armas químicas empleadas por EEUU en la guerra de Vietnam sobre la población y la naturaleza, con la intención de deforestar los bosques tropicales en los que se ocultaban los soldados vietnamitas. 

Dimensiones del ecocidio 

El ecocidio se da en muy diversos ámbitos naturales y puede ser consecuencia de diferentes actividades humanas: 

  • Contaminación de la tierra y del aire. La contaminación de estos dos elementos puede ser fruto de multitud de actividades, algunas de ellas son imprescindibles en nuestros modelos productivos y de consumo, como las emisiones de gases derivadas del transporte y de procesos industriales o la agricultura industrial (que contamina suelos, agua dulce y daña los ecosistemas de insectos). Por último, encontramos actividades que dañan tierra, aire y agua, como la actividad minera, la fractura hidráulica (fracking), practicada para la extracción de gas, las arenas bituminosas o arenas petrolíferas (son una combinación de arcilla, arena, agua, y bitumen, que surgen de las extracciones petrolíferas) y los desastres químicos o los daños derivados del uso de armamento. 
  • Contaminación del agua. Tanto el agua dulce de ríos y lagos, como el agua salada de mares y océanos sufren la actividad del hombre. Además de por las actividades citadas anteriormente, el agua dulce se contamina a consecuencia de la acción de tintes y productos químicos empleados en la industria textil y a consecuencia de la agricultura industrial (estas aguas terminan en el mar, lo que inevitablemente tiene un impacto en sus ecosistemas). En el caso de los mares las principales amenazas son la pesca de arrastre de profundidad y la sobrepesca, que alteran y dañan los ecosistemas. A esto se suma la contaminación, fruto de los vertidos de petróleo, la ineficiente gestión de los plásticos, y la contaminación y alteración física de los fondos marinos por la minería en el fondo del mar. 
  • Deforestación. Normalmente este tipo de agresión afecta a las selvas tropicales, que se deforestan para desarrollar ganadería industrial, explotaciones mineras y para producir aceite de palma y madera. Dado que albergan los ecosistemas más ricos y son responsables de moderar activamente el clima mundial, son la mayor amenaza combinada para la biodiversidad y el clima del planeta. 

Una amenaza sin consecuencias legales 

En los años noventa se intentó introducir el ecocidio en el Tratado de Roma de la Corte Penal Internacional, pero Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y Países Bajos se negaron. 

En el año 2008, se reavivó el debate de mano de la abogada británica Polly Higgins, que fundó la plataforma Stop Ecocidio junto con la activista Jojo Mehta. Diez años después, la ONU aprobó la resolución hacia un Pacto Mundial por el Medio Ambiente para avanzar en el derecho internacional. 

A día de hoy, el Tratado de Roma recoge como crimen causar daños graves al medioambiente en situaciones de conflicto armado, pero esto deja fuera la mayor parte de los ecocidios que suceden de manera trágicamente cotidiana. La evidencia de los ecocidios que se cometen alrededor de todo el mundo ha dado lugar a que hayan aumentado las presiones para reconocerlo como quinto crimen en el derecho penal internacional. Para ello será necesario incorporarlo como enmienda al Tratado de Roma, algo que requiere que la propuesta llegue de mano de cualquier país miembro de la Corte Penal Internacional. Por lo pronto existe un compromiso por parte del Parlamento belga, pero la aprobación del ecocidio como crimen internacional requerirá que dos tercios de los estados miembros la apoyen. 

Aunque hay leyes y tratados internacionales que proporcionan cierta protección al medioambiente y los ecosistemas, como la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar y el Convenio sobre la Diversidad Biológica, estamos lejos de poder frenar las principales actividades ecocidas. 

Esto ha dado lugar a que surjan acciones unilaterales por parte de países que prohíben el ecocidio dentro de sus fronteras. Por ejemplo, en 2020, Francia aprobó una ley que tipifica el ecocidio como delito punible con hasta 30 años de prisión y una multa de hasta 4,5 millones de euros, aplicable tanto a particulares como empresas. Por su parte los Países Bajos cuentan con una serie de leyes que prohíben los delitos contra el medio ambiente, como la Ley de Gestión Medioambiental, que tipifica como delito causar daños medioambientales significativos. También encontramos casos como el de Suecia, Alemania y algunos estados de Estados Unidos tienen leyes que tratan de reducir las emisiones de CO2. 

Desafortunadamente, a día de hoy, a pesar de la situación de emergencia climática que vivimos, el ecocidio está lejos de encontrar un freno legal por lo que en buena parte del mundo pueden seguir perpetrándose estos desastres mientras sus causantes se mantienen impunes. 

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