¿Es la contaminación lumínica una garantía de seguridad?
Probablemente hayas notado el cambo que se produce cuando, conduciendo por la noche, pasamos de una zona bien iluminada a otra que no lo está, o pasear por una ciudad y notar cierta inquietud cuando llegas a zonas menos iluminadas. Y es que resulta que la comodidad tiene un impacto en nuestro medioambiente. En este caso hablamos de contaminación lumínica.
¿Qué es la contaminación lumínica?
La contaminación lumínica es un tipo de contaminación ambiental consistente en la alteración de los efectos de un ciclo natural como es la noche mediante el uso de luz artificial.
Se trata de un fenómeno propio de las ciudades y de zonas industriales, en las que durante la noche sigue habiendo actividad y es necesaria iluminación para garantizar ciertos estándares de seguridad. Pero lo que ocurre es que la luz que generan farolas, oficinas, escaparates, carteles… además de iluminar el lugar en el que se sitúan producen una difusión de luz hacia el cielo que al mezclarse con los gases y partículas contaminantes del aire dan lugar a un resplandor que nos impide ver el cielo. Según un estudio realizado por ISTIL (Instituto de Ciencia y Tecnología de la Contaminación Lumínica), aproximadamente el 83% de la población mundial y más del 99% de la de los países desarrollados vive bajo cielos contaminados lumínicamente y, debido a este fenómeno, más de una tercera parte de la población mundial (y un 60% de la europea) no puede ver nuestra galaxia.
Cómo nos afecta este tipo de contaminación
El motivo por el que el exceso de luz artificial se categoriza como contaminación es porque tiene un impacto en el medioambiente y en nuestra salud.
Si ponemos el foco en el medioambiente nos encontramos con que la contaminación lumínica produce alteraciones biológicas en bacterias, hongos, plantas y determinadas especies de animales e insectos, que en algunos casos puede suponer su muerte y la alteración de los ecosistemas en los que habitan. Encontramos el caso de las aves marinas que, en sus movimientos migratorios se desorientan debido a la contaminación lumínica y mueren, pero la iluminación afecta aún más gravemente a especies nocturnas como por ejemplo murciélagos o polillas.
Si nos centramos en la especie humana, nos encontramos con que un aumento de los niveles de luz artificial, aun en grado mínimo, producen alteraciones en nuestros procesos fisiológicos. Por ejemplo, la iluminación suprime la producción de melatonina y activa nuestro estado de alerta, modificando nuestro sistema hormonal que genera mayores cantidades de cortisol. Nuestro reloj biológico está regulado por los ciclos naturales de luz y cuando estos se modifican pueden desarrollarse problemas de salud como insomnio, fatiga, dolores de cabeza, estrés, ansiedad y otros problemas de salud. Estudios recientes también muestran una conexión entre los niveles reducidos de melatonina y el cáncer.
Por otro lado, encontramos consecuencias de tipo indirecto, como la contaminación derivada de generar el volumen de electricidad (por ejemplo, residuos nucleares o gases de efecto invernadero), que necesitan las ciudades para mantenerse iluminadas, o el coste de mantener dichos servicios de alumbrado público, que puede ser superior al 50% de la factura de la luz de un municipio. Si además tenemos en cuenta que entre un 25% y un 50% de esa luz no se aprovecha (por exceso de potencia, luminarias mal diseñadas, horarios de alumbrado poco eficientes…), es claro que tenemos que intervenir en esta situación.
Cómo reducir la contaminación lumínica sin comprometer nuestra seguridad
Como apuntábamos al inicio, el principal objetivo de la iluminación es la seguridad, por tanto, es necesario analizar de qué manera podemos reducir la contaminación lumínica de nuestras ciudades sin que esto suponga un problema de seguridad pública.
Es importante revisar la manera en que hemos ido vinculando la presencia de luz a entornos seguros. En la transición hacia ciudades más seguras la iluminación ha jugado un papel fundamental, pero no podemos perder de vista que descenso de la criminalidad e iluminación no son un tándem infalible, sino que debe haber otro tipo de políticas que garanticen la seguridad en las calles independientemente del grado de iluminación.
En cuanto a seguridad vial, existen evidencias de que la iluminación de autopistas no aumenta la seguridad vial, nos referimos concretamente al gobierno de Bélgica, que decidió apagar las luces de sus autopistas observando que dicha acción no tuvo un impacto negativo en la siniestralidad.
En el proceso de reducción de la contaminación lumínica las leyes jugarán un papel fundamental. Ya existen Comunidades Autónomas que están legislando para la protección del cielo nocturno, como Cataluña, Islas Baleares, Navarra, Cantabria, Andalucía, Extremadura y Castilla y León, pero aún somos el tercer país europeo con mayor contaminación lumínica.
La reciente publicación del Real Decreto-ley 14/2022 sobre medidas de eficiencia energética, que contempla el apagado del alumbrado de escaparates y edificios públicos desde las 22:00, nos da indicios de que existe una intención de intervenir en este problema ecológico. Cabe confiar en que, gradualmente, la adopción de nuevas medidas nos ayudará a reducir la contaminación lumínica, a mejorar nuestra calidad de vida, e incluso, a volver a observar las estrellas.